Por fin me inscribí en la Biblioteca Pública de Worcester -por si acaso se dice, Wuster y cerca hay una estatua de un hombre sodomizando a una tortuga... otro día hablamos de eso. Los dos primeros títulos que saqué fueron: el primer tomo de Adolf de Osamu Tezuka y Blankets de Graig Thompson. Mi esposa ya se leyó este último y le gustó. Su reacción no fue tan emocional como con La Perdida de Jessica Abel, porque seguramente un personaje tan honesto como Carla hay muy pocos. Pero igual creo que pasó una prueba importante que califica los cómics - o bueno, las novelas gráficas- por su capacidad de emocionar. Siempre le había tenido un poco de desconfianza porque recibí diez correos de Amazon recomendándolo y me pareció que me lo querían meter hasta por lo ojos pero parece que Blankets tiene lo suyo. Vamos a ver.
Yo por mi parte, agarré el de Tezuka y no lo solté hasta la página final. De hecho, creo que es el mejor dibujo que le visto al Dios del Manga. La secuencia del discurso de Hitler es absolutamente maravillosa por la forma como trabaja -exagera- las expresiones del personaje y su impacto en el público. Además, el primer capítulo es una invitación irresistible. Todas las barreras naturales se van al carajo y pasadas sólo veinte páginas, uno está totalmente sometido al sortilegio de la obra. Realmente, excelente. Tanto que en la escala de lo auténticamente bravo está por encima de hacer un fondo blanco con un garrafa de ají amazónico.
No me esperen en la Feria.
El otro evento importante no sé si lo debería reseñar porque no hay nada más jarto que la gente que critica una película sin haberla visto. La semana pasada empezó la Feria del Libro de Bogotá y su acostumbrado Pabellón de Diseño Gráfico y Caricatura. Según algunos amigos que quierían presentarse allí, la admisión a este espacio se restringió notablemente. El número de stands del Pabellón se recortó a más de la mitad y, supuestamente, las propuestas debían tener una publicación que presentar este año. Hasta ahí todo suena muy bien: la reunión anual de los comiqueros bogotanos estaba llena de ruido y era cada vez más difícil distinguir la calidad y el talento entre tanta caricatura al estilo manga y tanto espacio dedicado al rebusque. El problema es que de las intencioens a la realidad hay mucho trecho sobre todo porque el problema central del Pabellón es que no hay un objetivo claro ni a medio ni a largo plazo.
Puede que la imagen del famoso perro lampiño peruano nos ayude a reflexionar. No, en serio.
Fuera de chiste.
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