Me van a perdonar los fanáticos convencidos de la Marvel y la DC pero desde hace rato tengo ganas de escribir sobre este tema que aunque no tiene nada de novedoso, sigue siendo interesante, por no decir divertido. Y quiero aclarar que no me voy a referir a la interminable lista de héroes de segunda categoría que, para estar "al día", han sido caracterizados como homosexuales desde Northstar en adelante. Me voy a referir a los Argonautas secuenciales, a la Liga de la Justicia en pleno, a los Avengers Assemble, a esos supersoldados machotes y musculosos que dibuja Alex Ross como si fueran una especie de Olimpo Epcot Center. Definitivamente, la discusión se ha reactivado por cuenta de dos de los estrenos más rutilantes del verano, Superman Begins y X-Men: The Last Stand.
La tercera entrega de los mutantes ha sido interpretada por muchos medios como una alusión directa al homosexualismo. La inclusión y el manejo que se le dio al personaje de Ángel y, en general, planear la diferencia como una enfermedad que se puede curar, son guiños del tamaño del Maracaná. Claro que para ser justos habría que decir que tradicionalmente los X-Men están diseñados para que "cualquiera que se haya sentido excluido, se sienta identificado" (la fuente de esta cita es una de esas frases hechas que, en mi carrera como lector de comic-books, he leído por los menos un millón de veces). De hecho, desde que los mutantes se pusieron serios con la publicación de Giant-Size X-Men #1 en 1975, hay un tufillo de cuota más penetrante que el olor que Nightcrawler deja en el aire cuando se tele transporta. Esta tendencia me recuerda los típicos chistes de infancia: "Un avión está cayendo y en su interior van una diosa africana, una judía, un ruso, un alemán, un nativo americano, un exmercenario, un japonés, un gringo y un calvo que están peleando contra Magneto. Sólo queda un paracaídas..."
En la otra acera, la cosa es mucho más interesante seguramente porque DC Comics no depende tanto de la inmediatez y suele ser más estricta en el tratamiento que le da a sus franquicias más importantes. Por eso, cuando se habla del tema, el despeluque corporativo no se hace esperar: por ejemplo hace más o menos un año, se le ordenó a un artista inglés (creo) que “descolgara” una obra inspirada en la relación de Batman y Robin. Sin embargo, es muy difícil tapar el sol con las manos y obligar por decreto a que los adultos cuya infancia estuvo marcada por los superhéroes no los quieran releer con nuevos elementos de juicio. Sobre todo en un momento en el que la gente se hace millonaria a punta de los mismos tres chistes ochentenos de las drogas en los Pitufos, los teteros de Afrodita y las frustraciones de la Abeja Maya (por favor dejemos morir el chiste, gracias).
Por su parte, los fans de esta editorial también suelen ser muchísimo más conservadores: la muerte de Robin II por votación telefónica en 1989 se debió, por lo menos parcialmente, a que él era el elemento que ponía en duda la orientación sexual del hombre murciélago. Vale pena recordar el inolvidable triángulo amoroso que protagonizaban Burt Ward (Robin), Adam West (Batman) y Julie Newmar (Gatúbela) en la serie de los años sesenta. El nivel de intolerancia es mucho más grande porque los hinchas de Superman, Batman y la Mujer Maravilla sienten que son los guardianes de los símbolos más sagrados de la civilización estadounidense (Iba a escribir “americana” pero no pienso darles en gusto). Por ejemplo, el adorador del último hijo de Kriptón es un personaje que cree auténticamente en la trinidad de lo bueno, lo bello y lo perfecto, uno de los primeros requisitos de la ultraderecha. En mis ratos de esparcimiento me gusta imaginarme la reacción de Frank Miller y Alex Ross cuando George Clooney reveló que en la película de Batman y Robin, él interpretó al héroe gay porque nunca puso en duda que esa fuera su condición. Esta situación describe claramente el tipo de relación que suele haber entre DC Comics y Warner -su casa matriz- puesto que frente al tradicionalismo de los primeros se enfrenta el amor por los dólares del segundo.
Supercintura de avispa.
En el caso específico de Superman Begins, desde hace un tiempo se viene repitiendo la pregunta de “¿qué tan gay es el nuevo Superman?”. Periódicos como el LA Times y The Independant se han referido al tema haciendo eco a las reacciones generadas por las imágenes promocionales de la cinta. Incluso, la revista gay Advocate le dio portada al Superman de Brian Singer y hace un recorrido gay por el género de los superhéroes. Sin embargo, la discusión no se ha centrado en el hecho de que el adalid de la justicia sea o no homosexual. Se trata más bien de indagar sobre la posibilidad de que el personaje en su metrosexualidad exacerbada esté dirigido específicamente a este público. Esta teoría sirve para explicar la falta de carácter visual que tiene Lois Lane y el hecho de que este Superman tiene la cintura más contorneada que David Bowie y Davey Havok juntos. En ese orden de ideas, el famoso recorte que le tuvieron que hacer al paquete del kriptoniano no fue otra cosa que un “sorry, se nos fue la mano. je,je,je”. Basta con ver los afiches, la portada de Wizard 172 -la revista más testosterónica del medio comiquero- y en general todo el material gráfico para darse cuenta del cambio de “target”.
Me parece como aburridor que lo que alguna vez un chiste provocador que señalaba las rupturas en el mundo idealizado de los comic-books se esté convirtiendo en una estrategia de venta tan obvia y torpe como cualquiera.
Tag: Comics, Superman
3 comentarios:
tienes toda la razón
ahora nos quedar'a esperar a ver como es la reacci'on del p'ublico a la nueva cinta de Superman.
Pues como todas las peliculas, el asunto de que si gusta o no, será al final de cuentas, muy muy personal,
Eso si, me ha parecido un comentario justo, sin amaños y creo que cuando la vea coincidiré contigo en un casi justo 90%
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