17/2/06

Reseña de Night Fisher o Duro con los nuevones

Una noche que da sueño.
Night Fisher,
de R. Kikuo Johnson.

Desde que apareció Night Fisher, en noviembre del año pasado, quería escribir sobre ella. Sólo hasta ahora creo que encontré una manera clara de comentar esta novela gráfica y el contexto creativo en el que se inscribe, y, por su puesto, de dar mi opinión. Sólo hasta hoy, habiendo leído por casualidad, el segundo número de Optic Nerve de Adrian Tomine (nov. 95), la cosa tiene sentido. En principio, estas dos obras y, por consiguiente, los autores que las firman son unos exponentes muy bien reseñados del futuro del cómic serio, de esa historieta sesuda que es perfecta para un público amplio con grandes expectativas intelectuales. Y de pronto para mucha gente lo son, especialmente para los editores que, como Fantagraphics y Drawn & Quarterly, necesitan que aumenten los ejemplos de comiqueros que superan las barreras de los encapotados ultra-derechistas y de los nipones hiperactivos. En otras palabras, con UN Harvey Pekar, con UN Neil Gaiman, con UN Dan Clowes o con UN Chris Ware, no basta para llenar los espacios de las principales librerías de Estados Unidos y escapar de una vez por todas de las tiendas de historietas. Se necesita un catálogo amplio para ganar respetabilidad y empezar a cambiarle la cara al negocio de las “Novelas Gráficas”, sobre todo porque hasta el momento, todo parece indicar que los impresores gringos de manga están ganando la disputa por las estanterías. El problema es que bajo tanta presión a estos autores les está pasando lo mismo que a John Connor en Terminador 2, los están madurando viches.

El caso de Adrian Tomine ha sido muy sonado en los últimos años porque es considerado el niño genio de la nueva historieta. Desde que “comenzó” su carrera en 1991 hasta hace un par de años cuando se “retiró”, ha contado con el visto bueno de los maestros de la Realismo Leve norteamericano (Ware y Clowes) y ha sido promocionado como un autor referente en el contexto mundial. Sin embargo, más que dolorosamente patéticos, sus personajes son pueriles y nunca alcanzan un nivel de credibilidad contundente. Pongo entre comillas eso de “comenzar” y “retirarse” porque el 75% de los aspirantes a historietistas del mundo hemos experimentado con la fotocopiadora (*) pero muy pocos tenemos el atrevimiento de llamar a eso “debut oficial” (también en comillas por si acaso). Además, no creo que sea un gran reto encontrar personajes patéticos y solitarios en la sociedad estadounidense cuyos medios masivos llevan toda la vida tratando de convertir al que se deje en un perdedor. De hecho, más que un elaborado plan narrativo al estilo Eightball o ACME Novelty Library, los Optic Nerve parecen libros de anotaciones o sketchbooks fotocopiados. Y es que creo que ahí radica el problema, en que se ha vendido la figura de Tomine como la de una especie de Peter Parker de la historieta alternativa que mezcla las necesidades de un chico universitario corriente con la neurosis del comiquero asqueado del mundo. En otras palabras, la literatura tiene a Carson McCullers, el cine tiene a James Dean, y el cómic, según los editores, a Adrian Tomine. Nada más falso porque como dice mi mamá le falta un centavo pa’l peso y necesita mucha más experiencia, tanto vital como profesional, para cumplir con lo que pretende hacer en su narrativa.

De igual forma, a Johnson -sí porque finalmente de él es que íbamos a hablar- me parece que le está pasando lo mismo: El hombre hace una historia relativamente coherente con un dibujo prometedor y termina siendo un novelista consumado. Primero, creo que ésta más que una novela gráfica es un cuento corto bastante largo. Si bien una imagen vale más mil palabras, Night Fisher es el festival de la viñeta gratuita y del momento innecesario. De una historia relativamente clara, el autor se las arregla para armar una sucesión de situaciones que terminan sobrándole y que no le aportan mayor cosa al conflicto central de la historia. Una cosa es el arte narrativo o otra el turismo secuencial que parece más un video casero que un relato. El hambre asociativa de Johnson hace que incluso haya una secuencia dedicada exclusivamente a los productos que ofrece el mercado de Hawai o a la formación del archipiélago a través de las eras del planeta. ¿Qué tiene eso que ver con dos adolescentes drogándose? Ni idea. Desafortunadamente, todos los elementos que rodean la construcción visual del mundo de Loren Foster, el protagonista, están disgregados a través de las casi 150 páginas de historieta sin que exista una elaboración que los articule como un todo. A pesar de tener un buen dibujo y un buen conocimiento teórico de las cualidades del cómic, sobre todo si tenemos en cuenta que Johnson pertenece a una generación post-McCloud, Night Fisher se quedó atrapado en el puerto porque le hace falta un autor: Una cabeza que estructure la historia y sus personajes hacia algo y un ojo que sepa diferenciar entre lo que es determinante en la narración y lo que es simplemente anecdótico.

En definitiva, Night Fisher fue una desilusión para mí, porque si bien es la historia de un joven que se enfrenta al vacío de terminar el colegio y alejarse de su mejor amigo, a este cómic le hace falta carne, sustancia. Un tema personal que nada tiene que ver con los superhéroes, se convierte en un tedio de lectura que lo único que deja es la sensación de que la narración es más inmadura que sus protagonistas.

Además me niego a pensar que existan niños genios en el mundo del arte literario. Una cosa es nacer con cualidades especiales para jugar ajedrez pero para mirar y contar lo único que hace falta es aprender.
(*)Por si acaso, lo del porcentaje es absolutamente confirmado. O si no, ¡qué se muera Kiko!

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